domingo, 4 de febrero de 2007

Civilizómetro

Tengo algunos amigos que asisten a corridas de toros y otros tantos a los que al igual que a mi, "La fiesta brava" les produce náuseas.

A veces no se que es más triste, si el sufrimiento del animal o el éxtasis de los testigos, que siguen creyendo que el señor en traje de luces es un valiente enfrentado a una fiera salvaje, uno a uno.

Si, y parece increíble que en la actualidad tal acto de barbarie tenga cabida, y más aún, que no haya un buen argumento para que la ley prohiba este tipo de espectáculos.

Y hasta he pensado en actuar, no se, apelar a un recurso constitucional o algo así que pare de una buena vez esa infamia, he escuchado "el llamado" a salvar a los animales.

Pero antes de salir a cumplir mi misión hago una pausa y me doy cuenta que sería algo muy malo restringir esas practicas en una sociedad democrática, pues si el toreo existe es porque hay quien lo disfrute, al ser en la mente de muchas personas una práctica tan loable, es lógico que haya un espacio reservado para que tal se lleve a cabo, así como hay galerías para exponer bodegones o teatros para cantar bambucos.
Un negocio de tantos millones debe ser movido por personas que aportan y otros que se benefician.
Es decir, así como cada pueblo tiene los gobernantes que se merece, también así la ley que le corresponde a su idiosincrasia, a su inconsciente colectivo.

Restringiendo de tajo esta inhumana práctica, nos estaríamos perdiendo de un formidable medidor de valores, pues es tan claro, que solo en el momento en el que se queden todas las boletas en la taquilla nos vamos a reconocer como un pueblo pensante y a la vez sensible, como una sociedad que empieza a mirar a las mujeres mas allá de las tetas, que tienen valor por si mismas y no a costas del dinero del narco de turno , como hombres y mujeres conscientes del planeta que co-habitamos con las innumerables especies, como personas que no se tienen que ahogar en la ebriedad colectiva, para llenar un poco el gran vacío imperante en sus vidas y más, presenciando un espectáculo tan grotesco.

Así habremos dado un gran salto a la civilización, la crueldad habrá sido vencida por sí misma, en total calma, en un gran estado de consciencia y los monumentos de muerte quedarán ahí, silenciados para siempre, recordándonos que no los volveremos a habitar jamás a costa del horror.

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