viernes, 18 de enero de 2008
Prenda
Diciembre 22 de 2007 -12.35 AM
Hubo un tiempo (en lo que nosotros como humanos, llamamos tiempo), en el que mi vida y la de una mujer se cruzaron, de una forma especial, en esa en que las personas accedemos al deseo imperioso de encontrar respuesta en el sexo opuesto. Una noble joven de cuya imagen, además de bella, era sumamente dulce, sus anhelos, marcados por sus nobles sentimientos, hacían pensar que se fundían en los mios, briosos y caóticos, carentes de orden, mas no de fundamento. Ese ruido, que marcó la época, copó la mente de quien tenía a su lado, la fuerza que da la lealtad, la abnegación y los principios inquebrantables, de los que fuere dueña una doncella que el cielo había dispuesto, me acompañara.
Tendría yo que pedirme cuentas a mi mismo, que a mi Creador, pues mis malas tendencias, las que estaban supuestas a catapultarme, me sedujeron hasta perderme en ellas y escaparme entre la espesa niebla, de quien su corazón había optado por entregarme.
Dulce mujer que tu esencia no escapa a mis sueños, vuela, con tus alas y aliméntate por tus raíces, que lo que yo veo son destellos, de lo que es tu luz, que en tu bondad, quedé prendado por vestigios que la memoria se niega a desechar, gracias por serte fiel, y seguir al encuentro de lo que te marcó el destino, que por implacable, cede ante Lo mayor, la esencia divina que nos fué impregnada.
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